Equipo de infancias Sur del gran Bs Aires
lunes, 24 de febrero de 2014
Mundo de hoy e infancia Por Dr. Marcelo Viñar
En nuestra infancia y adolescencia había tiempo para la siesta y el aburrimiento, pautados por la alternancia entre los tiempos transitivos del gozar y/o penar, y otros, reflexivos, de remanso, donde el acontecer detenía transitoriamente su ímpetu y la experiencia decantaba. La memoria es aquel lugar donde las cosas ocurren por segunda vez, dice Paul Auster. O, en jerga psicoanalítica, es necesario reverberar para elaborar.
Hoy vivimos tiempos pletóricos y sobrecalentados, donde las urgencias de un presente sobresaturado, devoran la secuencia de pasado, presente y futuro, y los horizontes de futuro se vuelven inciertos, impredecibles.
Antaño, la regla y la trasgresión estaban más o menos claramente pautadas y cada quien tenía los referentes a los que someterse o rebelarse.
La épica de la adaptación o la revuelta fueron los desafíos para construir nuestra singularidad, personal y colectiva, el perfil de una generación. Hoy esos referentes a obedecer, a transformar o a destruir, están fragmentados y dispersos y los mitos de un futuro luminoso y de progreso, son reliquias anticuadas: “derrumbe de las utopías”, los designa la jerga académica.
¿Cómo se construye la subjetividad en estos tiempos de frenesí y declinación de las instituciones? ¿Cómo se construye el perfil de un sujeto, sin referentes claros o modelos a los que adherir u oponerse? Son preguntas vastas y complejas.
Sin respuesta a estas preguntas, sólo daremos algunas pinceladas acerca de nuestras inquietudes.
Tratar el tema de la infancia y el mundo de hoy de manera acotada me parece irrisorio o atrevido. Una tarea irrealizable, o una caricatura de cómo el mundo de hoy quiere resolver problemas trascendentes en tiempos epilépticos. Cómo en el informativo de la noche, diez noticias por minuto. Tendrán pues una sinopsis de una película que yo tengo que suponer, yo supongo seria y sabia, si no, no me atrevería a decir nada.
Voy a tomar un solo eje: el del tiempo interior o vivencial .
El primer trazo o pincelada que se me ocurrió evocar me lo enseñó mi hijo mayor, cuando tenía dos años. Él invitaba a su madre a jugar y mi mujer -médica psicoanalista y eminente, como somos todos aquí- le respondió recitándole la lista de las tareas y obligaciones del día; el niño reflexionó un instante y replicó: “Yo no quiero Doctora Viñar, quiero mamá Viñar”.
Vivimos un tiempo social acelerado que se interioriza y nos captura. Mi infancia pueblerina transcurrió en tiempos y cadencias que discernían claramente el tiempo de trabajo y el de ocio, el de actividad del de errancia. Los ceremoniales de la cena y el almuerzo eran sagrados, y alguna vez quedé excluido de la mesa y tuve que comer de contrabando, clandestinamente, por llegar con atraso sin justificación. Aunque para mi fuera indiscutiblemente legítimo terminar el partido de truco o billar, o prodigar el flirt con las gurisas al concluir el martirio de los cursos. La vida urbana actual ha estallado y fragmentado esos ritmos. Los comercios abrían de 8 a 12 y de 14 a 19, pero los “shopping” y sus atracciones tienen horario perpetuo (¿por qué decimos “shopping” en el Río de la Plata ?)
Para iniciar y desarrollar un diálogo de padres e hijos, de hermanos o cónyuges, es obvio que hay que apagar el televisor o una o varias computadoras. Vivimos enchufados a un mundo virtual que compite con el mundo carnal, y de yapa a este le llamamos “el progreso de la época”. Yo todavía me estremezco cuando el celular suena en mis entrañas. Soy una reliquia de pasado, no me atrevo siquiera a implorar vuestra comprensión.
Pero más allá de mi penuria personal, anticuada, creo que vale la pena reflexionar sobre los efectos de este tiempo vivencial, vertiginoso en la formación de la personalidad.
No un debate entre adversarios, entre conservadores y progresistas, entre nostálgicos de viejos tiempos y revolucionarios de tiempos nuevos, sino una semiología del mundo que habitamos, que nos modela y configura, tanto como nosotros a él. Somos producto y productores de la época que nos alberga.
¿Hasta dónde un viejo como yo puede asomarse a pensar la infancia de hoy? Porque siempre hay que cuestionar la mirada tanto como lo mirado (desde la lectura y perspectiva de mente que un psicoanalista domado por casi medio siglo de oficio puede hacer, esa es mi posibilidad y mi limitación). La señalada alternancia entre tiempos transitivos de acontecer y tiempos reflexivos de sedimentación, son un algoritmo necesario e imprescindible para la configuración del psiquismo, de ese espacio temporal que llamamos nuestro fuero interior. Hasta el guerrero en la batalla necesita su reposo, o se vuelve chiflado y hace disparates.
Ese tiempo donde actúa -según la bella expresión de Benjamín- “el maravilloso pájaro del aburrimiento”. En este mundo competitivo y excitante, ese tiempo de rémora suele estar abolido o condenado. El ocio es un vicio, no un tiempo de contemplación. “Hay que salir de la cama al despertarse, sino vendrá la tentación del masturbarse”, decían los viejos y ascetas moralistas. Vuelvo a mi registro de tiempos obsoletos: ¿acaso el uso interminable de ciertos juegos electrónicos no tienen la misma función masturbatoria?
Este presente pletórico de acontecimientos y desafíos, nos hace vivir incrustados en la actualidad. Siempre fue así. Una parte de nuestros sentidos y de nuestra conciencia está volcada a adecuarse a la coyuntura y circunstancia actual, una conciencia presente y adaptativa, que dio lugar a la metáfora del río de la conciencia (James). Pero la experiencia propia -y la de todos- nos enseña acerca de los límites de la metáfora. La conciencia habita un tiempo caleidoscopio donde irrumpen pasados y futuros, memoria y anhelos y proyectos. La mente no es sólo presente, sino un tríptico de pasados y futuros, de ayeres y mañanas.
Bauman dice que nuestra mente siempre habita un día, una semana, o un año sideral después de hoy. A esto podemos llamarle el tiempo vivencial interiorizado, el de nuestros recuerdos y los senderos de la experiencia vivida, pero también de la experiencia soñada y temida, de la experiencia de lo que no fue, porque no quisimos o porque no pudimos.
Caricaturizando esa diacronía del tiempo interior, este tríptico de pasado, presente y futuro, que no sólo nos habita sino que nos configura; tiende ahora a estar comprimido por la plétora de la actualidad: sobrecalentamiento del tiempo presente que devora al pasado y al porvenir. El trayecto de vida, metaforizado en aquellos rieles de tren que se extendían al infinito, como lo inmortalizó Chaplin en ”El Pibe”, está hoy reemplazado como norma por un patchwork discontinuo e imprevisible.
La contemplación -piénsese en la epifanía del niño Jesús y los Reyes Magos- estaría hoy reemplazada por un video clip. A veces, los pacientes, los que yo creo más lúcidos, lo traen como malestar: el diálogo con el hijo o la mirada a la puesta de sol se ven asediados por las perentoriedades de la agenda o por una ansiedad flotante, e incontrolable, que ni la marihuana ni los ansiolíticos han logrado controlar (aunque transitoriamente les haya permitido o dado la ilusión de un tiempo de pacificación para mitigar el desasosiego).
En la cultura del vértigo, ¿cuál es el lugar para los niños?
Los humanos somos lo que se nos inculca y nos transmite (la tradición y la educación); pero somos (complementaria y contradictoriamente) la reacción activa -eventualmente creativa- contra lo que se nos transmite e inculca. Soy de los que piensan que un ser humano se modela y configura en un mínimo de tres generaciones, quizás cinco. Que acompañar o combatir la herencia es uno de los vectores claves de la existencia individual y colectiva del proceso civilizatorio. Cuestionando y contrariando esta afirmación, Hobsbawn define como rasgo característico de la actualidad que las generaciones se sienten menos concernidas por el pasado, por la herencia y la tradición que antes fueron modelos o contramodelos; es decir, modelos a imitar o a atacar, que proveían el combustible del conflicto intergeneracional.
Esta es la única guerra que añoro, la única que supo ser deseable y saludable; que le daba al crecimiento y a la crisis adolescente el carácter de un combate épico y heroico. Me temo que ese combate esté reemplazado por un juvenilismo demagógico, todo lo joven es beautiful (lo que es cierto) pero encandilados por la belleza, nos olvidamos cuando hay que decir que no. La dificultad para decir no parece ser un rasgo del mundo actual: de padres, docentes y gobernantes. Y la desmesura adolescente necesita límites para contener su desborde, como el vaso de agua necesita del agua y del vidrio para no ser un charco. La resistencia y la reacción son necesarias al ímpetu. Para un buen partido se necesitan dos buenos adversarios, no alcanza con que uno de ambos equipos juegue bien.
Aquellos que históricamente fueron figuras de autoridad (padres, docentes, estadistas) -generalizo indebidamente por brevedad-, los percibo hoy timoratos, a la defensiva o en retirada, temerosos de ejercer una autoridad, que se percibe como un autoritarismo dañino. Se podrán analizar causas y explicaciones, la desilusión de las utopías sesentistas es lo que circula más frecuentemente; individualismo y el repliegue a la vida privada, con el desmoronamiento de los espacios y estructuras colectivas. Antaño vivíamos con la ilusión de un futuro mejor y más justo; el porvenir radiante del progreso; hoy, con la amenaza del agotamiento del agua dulce y los combustibles fósiles, y un siempre creciente aumento en la inequidad de ingresos y oportunidades. ¿Cómo eso macro se filtra en lo micro, lo privado y lo íntimo? Poco lo sabemos, a estudiar entonces...
Se dice que la revolución informática implica un cambio civilizatorio aún más grande que otros que fueron hitos en la historia de la humanidad como la sedentarización por la agricultura, la invención de la escritura o de la imprenta. Y sería tonto intentar detener el huracán o vértigo civilizatorio en que vivimos, de lo que se trata es de no ceder a la perplejidad y entender lo que podamos.
La emancipación de la mujer parece ser el hecho societario más importante del siglo XX: igualdad de derechos y oportunidades (a no confundir con igualdad de estilos y sensibilidad). Así lo consideran muchos pensadores que admiro, al menos en occidente. El aumento de la expectativa de vida al nacer es otro hecho relevante; de otro modo quizás yo no estaría aquí. La familia tipo del padre bread-feeder y la mujer en la casa, es una reliquia del pasado. Hoy todas y todos buscan el trabajo rentado. Nuestras abuelas parían a los 17, lo que hoy llamamos con alarma “embarazo adolescente”; nuestras esposas, en general, a los 25 y nuestras nueras después de los 30. El mundo competitivo del trabajo y los diplomas así parece exigirlo. Los países que llamamos del “Primer Mundo” revelan índices de natalidad que no cubren la reposición demográfica. Son hechos reveladores de los cambios del mundo contemporáneo y un desafío al debate ciudadano para construir soluciones. De consiguiente, la emancipación de la mujer es un hecho a celebrar pero no debemos negar que también conlleva transformaciones y nuevos problemas a resolver.
La incorporación plena de la mujer a la vida ciudadana, en el trabajo y en política es -sin duda- un hecho de justicia. Pero no obviemos lo que esta modificación incide en el tema que nos asignaron: Mundo de hoy e infancia . El título salpica para muchos lados. Allí donde había madres, tías y abuelas tejiendo, zurciendo calcetas y narrando fábulas interminables e inolvidables, hoy hay televisión con dibujos animados o exterminators y actividades preescolares a tiempo completo, probablemente con morales más pavlovianas o espartanas que las de la intimidad familiar. O, para no ser catastrofista y de mal agüero, también la posibilidad de disfrutar la sociedad de una tribu de pares, que antes recién empezaba con los cinco, seis años y ahora mucho antes.
Pero, ¿acaso es la misma la humanización hogareña que la que proveen las instituciones educativas de la primera infancia? ¿Qué efectos conllevan estos cambios en la conformación de la persona, y quién está creando espacios reflexivos para pensarlos? O cuando las posibilidades económicas de crear esa infraestructura son insuficientes o nulas, aparece esa figura cada vez más patente y presente en la sociedad actual: los niños de la calle ; y el rosario de efectos de corto y largo plazo que allí se desencadenan. Y esto merece un desarrollo que no se puede comprimir al tiempo que nos asignan. Niños de la calle… caldo de cultivo de la infantilización de la delincuencia.
En todo caso en el presente sobrecalentado y vertiginoso de la posmodernidad. Apuesto a que el tiempo compartido para el diálogo entre padres e hijos -quizás también en otros vínculos- es menor que antaño. Es lo que llamo la crisis del relato a partir de la clave benjaminiana de la “desaparición de la comunidad de oyentes”.
Entre el polo de la intimidad de un sujeto y el espacio societario macro, hay una franja intermedia de humanización donde cada humano construye sus pertenencias y lealtades. Cuando este espacio -donde se tejen amores, conflictos y rencores- se deteriora, se avería o se destruye y desertifica, las consecuencias son tremendas. Nadie puede vivir sin el reconocimiento de los otros, lo dijo Hegel hace mucho tiempo. Todos necesitamos una trama de raigambres donde negociar nuestros amores y nuestros odios, nuestras afinidades y rechazos. El éxito del chat , el blog o de Facebook , es la prueba estridente de esta necesidad de espejos humanos que antaño llamábamos amistad.
¿Acaso la computadora y el celular reemplazan la presencia carnal, el olor y el tacto?
La cuestión sigue abierta… ¿habrá tiempo y lugar en el tercer milenio para dirigir la mirada y la ternura a “His Majesty the baby”?
sábado, 2 de noviembre de 2013
SUFRIMIENTO PSICOSOCIAL EN LA NIÑEZ... por Ale Barcala
Sufrimiento psicosocial en la niñez: el desafío de las políticas en
salud mental.
El aumento progresivo de las
problemáticas psicosociales en la niñez ha situado a este grupo poblacional
como uno de los de mayor nivel de vulnerabilidad, requiriendo de
iniciativas equitativas y universales
para la promoción y atención de la salud
mental, y para hacer frente al estigma, a la discriminación y a la exclusión que sufren los niños, niñas
y adolescentes con sufrimiento psíquico.
Pensar la subjetividad en la niñez y comprender los
nuevos modos de padecimiento contemporáneo implica analizar las profundas transformaciones de la realidad socio-económica que junto con
los cambios culturales y la fragilización de las instituciones, en especial en
el ámbito de la familia en las últimas décadas,
generaron cada vez más niños, niñas y
adolescentes en situación de vulnerabilidad social y fragilidad psíquica.
Numerosos hogares fueron quedando excluidos como efecto de la creciente pobreza y el desempleo, aumentando la brecha de
inequidad, que acentuó en nuestro país la desigualdad y la fragmentación social.
La economía capitalista de mercado promovió la mercantilización de las relaciones
sociales modelando un nuevo tipo de
sociabilidad que debilitó los vínculos y
disgregó las formas tradicionales de convivencia. La penetración del
individualismo, desregulado de todo encuadre colectivo, impactó en la
constitución de las subjetividades produciendo constituciones yoicas cada vez
más fracturadas y fragmentadas, sin referentes simbólicos de identidad. Al mismo
tiempo, la globalización de los mercados y la implementación de reformas
neoliberales estuvo acompañada por una fuerte segmentación en el interior de la
sociedad que debilitó las instituciones (Lechner, 1997).
Los dispositivos institucionales que constituían
subjetividad, entre ellos los servicios sanitarios, promediando los 90, ya no
se encontraban regulados simbólicamente por el Estado, ni satisfacían las
demandas de reconocimiento e integración simbólica, contribuyendo de esta
manera a generar un nuevo modo de
subjetividad.
Como se sabe, las formas de producción de subjetividad
se inscriben en condiciones sociales y culturales específicas y se construye en
el encuentro con las instituciones en
las que esa subjetividad se alberga. Es decir no son universales ni
atemporales. El tipo de subjetividad
instituida, varía entonces con las
diferentes prácticas de producción, lo que lleva a interrogarse por las políticas y prácticas de
los actores sociales llevadas a cabo en las instituciones sanitarias. Así
como a la necesidad de revisar los discursos y concepciones de la niñez que
subyacen a las mismas en tanto impactan de forma positiva o negativa en los procesos de constitución subjetiva de
los niños, niñas y adolescentes.
La década del
90 se caracterizó por la retracción del Estado en la implementación de las políticas sociales
históricamente consensuadas, especialmente en el campo de la salud, en un contexto de creciente
deterioro de las condiciones de vida, que tuvo entre otras consecuencias, la profundización del
nivel de fractura de comunicación entre
los servicios sanitarios, y los niños, niñas, adolescentes y las familias de los hogares más
carenciados.
El acceso a
los cuidados de la salud pasó de ser un derecho adquirido a ser una “mercancía”,
que era posible comprar según el poder adquisitivo de cada hogar, y produjo una deconstrucción de la condición de
ciudadano como sujeto de derecho para convertirla en otra, la de
consumidor/cliente.
Paradójicamente, en este contexto, la ratificación de
la Convención Internacional de los Derechos del Niño en 1990, la Ley N° 114 de
la Ciudad y la Ley nacional N° 2606, - ambas
acerca de Protección Integral de los Derechos
del Niño- junto a una legislación progresita en el campo de la salud mental (Ley N° 448/2000) garantizaban el derecho a la salud y
promovían la transformación de las políticas de niñez y las prácticas y modelos
de intervención pública. Es decir, mientas esta legislación instalaba un discurso que
garantizaba los derechos de ciudadanía, no lograba mitigar el embate de las políticas neoliberales.
Frente a una
situación en la que las principales problemáticas giraban en torno a la
exclusión social, la marginalidad y la ruptura de lazos sociales, las políticas
y las
prácticas de los actores responsabilizaban y atribuían las
causas del sufrimiento a los sujetos que los padecían, como una suerte de
“privatización” del dolor. En lugar de afectar
favorablemente en las condiciones de salud de los niños modificando
sus circunstancias adversas y
garantizando el acceso a los cuidados integrales que atenuaran el sufrimiento de los mismos, las políticas de salud mental dirigidas
a la niñez en su lugar colaboraron en la génesis y producción de
procesos de medicalización del sufrimiento psíquico de los niños, niñas y adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires,
dándole características específicas: la exclusión y el encierro ( Barcala, 2010).
Producto de
este escenario, las nuevas demandas que generaban las complejas problemáticas infantiles
a los servicios públicos de salud comenzaron a requerir de una respuesta estatal
acorde a los nuevos paradigmas y al marco legislativo vigente.
Este trabajo
pretende contribuir a comprender los
modos en que en los últimos años las
políticas de salud mental en la Ciudad han tomado posición en relación a un modo de atravesamiento de la
niñez que padece por condiciones de alta vulnerabilidad psicosocial. En el
mismo sentido, se propone considerar las
respuestas que reciben del Estado, en especial aquéllas ligadas a la
institucionalización psiquiátrica. Esto implica conceptualizar las interfaces en un sistema complejo en
el que se vinculan elementos de diferente nivel de determinación: el Estado con
sus políticas y legislaciones específicas, las instituciones en salud mental, y
las prácticas de los actores sociales
institucionales vinculados con la niñez y juventud.[i]
Un punto de inflexión en las políticas de Salud Mental en la Ciudad de
Buenos Aires.
En agosto del 2010 a partir de la firma del decreto Nª 647 se transferían
las competencias relativas a la atención de los niños, niñas y
adolescentes con problemáticas de salud mental y discapacidad que
vivían en hogares de alojamiento de la
órbita de la Dirección de Niñez del Ministerio
de Desarrollo Social del Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires (GCBA) a la Dirección de Salud Mental del Ministerio de Salud.
Junto a estas competencias se trasladaban también los convenios suscriptos por dicho Ministerio
con instituciones privadas de salud mental y discapacidad donde se alojaban los
niños, niñas y adolescentes; y se direccionaban los créditos correspondientes a
partidas presupuestarias desde el sector
público a efectores privados, pagando
una suma considerable por cada uno de ellos.[ii]
La resolución comprendía los cuidados de los niños con mayor
vulnerabilidad psíquica y social de la Ciudad, dado que además de que
transitoriamente no podían vivir en su ámbito familiar, padecían de intenso
sufrimiento psíquico.
Este traspaso constituyó un acontecimiento que marcó un punto de viraje en términos de modalidades
de intervención respecto a los problemas de salud mental infantil en la Ciudad
de Buenos Aires. Junto con la suscripción de un nuevo convenio con una clínica
de internación psiquiátrica privada[iii],
por primera vez la Dirección de Salud Mental de esta Ciudad tercerizaba su responsabilidad
- hasta ese momento a cargo de instituciones estatales[iv]
-, abriendo de este modo, las puertas a dispositivos de mercantilización en el
ámbito sanitario y social.
Esta medida se tomó en ausencia de un plan de salud mental de
la ciudad[v] que
incluyera la comprensión, el diseño e implementación de abordajes
de la complejidad de estas nuevas
problemáticas infantiles que desbordaban las
clasificaciones psiquiátricas clásicas.
Naturalizaba que niños y niñas menores de 18 años con
sufrimiento psíquico, privados temporariamente de cuidados parentales, vivieran
permanentemente en instituciones que se
iban configurando así en “instituciones totales” (Goffman, 1998). Es
decir, lugares de
residencia donde un gran número de niños desarrollan todos los aspectos de su
vida en el mismo espacio y bajo la misma
autoridad, con un limitado contacto con
el exterior. Lugares en donde reciben “tratamiento” y son medicados, y en muchas
ocasiones ni siquiera asisten a la escuela, ni se les permite salidas o visitas,
perdiendo así - cada vez más- su
autonomía personal. Lugares que no cuentan con dispositivos de externación y fortalecimiento familiar en su propuesta institucional, lo que implica la vulneración de leyes como
las mencionadas N°114 y N°26061 que
entienden que el alojamiento debe ser un recurso
subsidiario, excepcional y transitorio, y que recurrir a una forma convivencial alternativa
al grupo familiar del niño debe constituir
siempre una medida excepcional, y en
ningún caso puede consistir en privación de la libertad.
De este modo, el pasaje de estas instituciones del ámbito de Desarrollo
Social al ámbito de Salud contribuyó a
acentuar una transformación en la modalidad de cuidados establecida en los hogares de niños, niñas y
adolescentes en los últimos años que iba estigmatizando y medicalizando el sufrimiento
de mismos. La misma consistió en dividir a los hogares en convivenciales, terapéuticos y de atención
especializada sostenida en función de la
definición de la población a la que se dirigían. A medida que los mismos “se
especializaban”, se complejizaban los equipos
técnicos dentro de la institución incluyendo
obligatoriamente a un psiquiatra, al mismo tiempo que aumentaban la cápita por
niño.
Las
instituciones transferidas al área de salud, denominadas hogares de atención especializadas, lejos de
desarrollar modalidades de intervención que promovieran la atención
personalizada, el respeto de los aspectos socioculturales, la inclusión en
espacios educativos, de salud, recreación y capacitación inherentes al proceso
de constitución subjetiva de cada niño, niña y adolescente, se iban convirtiendo en instituciones de internación
psiquiátrica, concentrando características semejantes a aquellas. Estaban destinados a niños, niñas y adolescentes que
presentaran cuadros psicopatológicos, definición que fundamentó el traslado al
ámbito de salud mental. La
fragilidad psíquica producto de traumatismos sociales severos terminó así explicada y diagnosticada en
términos psicopatológicos.
A partir de esta nueva categorización, se fomentaban
los diagnósticos y etiquetas psiquiátricas
y se iniciaba un circuito de deriva institucional de los niños ,niñas y adolescentes con intenso
sufrimiento psicosocial a hogares cada vez más especializados. Incrementando el
estigma del diagnóstico, si un niño o niña era transitoriamente internado en el
Hospital Tobar García no podía volver a
ser alojados en un hogar convivencial y solo podían acceder a
hogares especializados de la Dirección
de Salud Mental.
Profundizando esta tendencia, en el año 2012 se creó
una institución pública para recibir solo niños y niñas externados en el Hospital Tobar García con una
propuesta poco clara desde una perspectiva de derechos y salud mental
comunitaria. Al mismo tiempo se
desarticulaba el PAC (Programa de
Atención Comunitaria a niños, niñas y adolescentes) [vi],
un programa que desde el año 2006 se venía desarrollando brindando cuidados integrales
territorializados y cuya propuesta constituyó un aporte a la construcción de procesos
des/institucionalizadores basados en el derecho a la atención integral de los
niños, niñas y adolescentes con problemáticas graves en el campo de la salud
mental.
Se instalaba de este modo un
modelo de intervención que contribuía a reforzar y consolidar los procesos de
medicalización que se venían
desarrollando desde décadas anteriores.
La niñez con
sufrimiento psicosocial en la agenda estatal. Dos modelos de abordaje posibles.
El aumento de las demandas de nuevas problemáticas psicosociales y la transferencia
de los hogares de atención especializada,
colocaba la cuestión de la salud
mental de los niños y niñas con mayor
vulnerabilidad en la agenda estatal, - ausente
durante décadas-, obligando a las
autoridades de salud mental a tomar una posición y brindar respuestas a estas
complejas problemáticas.
Desde el año 1990 y hasta el año 2010 los equipos de niños de los
servicios de salud mental de los hospitales de la Ciudad sufrieron mínimas
modificaciones en
sus propuestas y en el tipo organización institucional,[vii]
motivo por lo cual no atendían a niños y niñas con trastornos mentales severos.
Frente al aumento de estas demandas y la preocupante tendencia creciente anual de las
internaciones psiquiátricas, algunos profesionales diseñaron e implementaron
dispositivos innovadores destinados a niños, niñas y jóvenes denominados
“graves” por los servicios[viii].
Ellos intentaron resolver, aunque fuera
parcialmente (ya que la cobertura en todos los casos fue limitada), las
situaciones planteadas. Fueron organizados como producto de iniciativas personales
de profesionales que se sensibilizaron frente a la ausencia de respuestas al
sufrimiento de los chicos y a su
exclusión del sistema, e intentaron desarrollar prácticas transformadoras. [ix]
A partir de este escenario institucional que evidenciaba la inadecuación
e insuficiencia de los servicios de
salud para alojar los padecimientos de la niñez con mayor nivel de
vulnerabilidad, y ante el aumento de la
demanda la Dirección de Salud Mental de la Ciudad se vio obligada a diseñar políticas de
intervención dirigidas a resolver estas problemáticas.
Hoy esta situación puede considerarse una oportunidad para la Dirección
de Salud Mental, que asumiendo la responsabilidad que le compete, convoque a todos
los actores intervinientes para poner en
marcha dispositivos que aceptando el
desafío de la complejidad y de la incertidumbre logren alojar estas
problemáticas revirtiendo de este modo los efectos psiquiatrizantes y
psicopatologizadores en la infancia. Pero advirtiendo que esta circunstancia también
puede constituirse en la puerta de entrada de la privatización y proliferación
de instituciones de internación psiquiátrica para niños, niños y adolescentes.
Al no existir lineamientos claros, y ante la ausencia de un plan de
salud mental, delegar los cuidados de la niñez en situaciones muy complejas, de
manera tal que lo público financie lo privado (con o sin fines de lucro), puede beneficiar
la creación de mercados profundizando los modelos patologizantes del
sufrimiento
Desde esta perspectiva es posible enunciar entonces, dos modelos opuestos
de abordaje a las problemáticas psicosociales sostenidas en representaciones
diversas de la infancia y del proceso salud/enfermedad/ cuidados. Estos se
resumen esquemáticamente en el siguiente
cuadro:
Modelos de abordaje del sufrimiento psicosocial de
la niñez y adolescencia.
Ausencia de
políticas en salud mental infantil
|
Presencia de
Políticas sociales integradas
|
Acciones desarticuladas
frente a problemas específicos
|
Diseño e
implementación de un Plan de Salud mental
|
Prestadores
privados
|
Dispositivos
estatales propuestos por la ley
N°448 de Salud Mental de la Ciudad
|
Hogares de atención especializada conveniados.
Instituciones totales
|
Trabajo territorial
Fortalecimiento
social y familiar
|
Tercerización,
privatización,
convenios
|
Fortalecimiento
del sector público
Redireccionamiento
del presupuesto concentrado en las instituciones psiquiátricas a modalidades
alternativas
|
El niño como
objeto de intervenciones y
diagnósticos
|
El niño como
sujeto de derechos
Escuchar a
un niño
|
Intervenciones focalizadas
realizadas por profesionales, en especial psiquiatras
|
Protección
Integral de Derechos
Trabajo
interdisiciplinario e intersectorial
|
Modelo
centrado en la enfermedad en términos de clasificaciones psicopatológicas
|
Apuesta a
las capacidades de los niños y niñas
Construcción
de un proyecto futuro
|
Modelo hospitalocéntrico tradicional
|
Modelo de
Salud Mental Comunitaria
|
Este cuadro muestra lógicas diferentes respecto al modo
de comprender las políticas y prácticas
referentes a los cuidados en salud mental. Coloca en tensión una perspectiva de
derechos vs. lógicas que llevan a la
centralización en la atención hospitalaria acompañado por la desjerarquización
del primer nivel de atención, la focalización,
el avance de las privatizaciones y el desmantelamiento de lo
público (restricción presupuestaria y el desfinanciamiento progresivo de
los servicios de salud); y la Protección
Integral de los Derechos del Niño que implica escuchar a un niño vs. una mirada
centrada en un modelo médico-hegemónico psiquiátrico, que anula la subjetividad
y refuerza el avance de la
medicalización cómo respuesta al sufrimiento.
En el escenario actual se abren entonces como interrogantes: ¿ Cuál será la política en
Salud Mental que se dará la Ciudad de Buenos Aires respecto a la creciente demanda y complejidad de las
problemáticas de los niños, niñas y adolescentes con sufrimiento psicosocial? ¿Cuál
será el grado de la adecuación de las Políticas de Salud Mental a la
legislación nacional y de la Ciudad vigentes, y en qué medida contribuirán a frenar
la tendencia a la medicalización del sufrimiento en la niñez?
Los Desafíos
de las políticas en Salud Mental.
Las políticas en salud mental se
enmarcan en políticas sociales. Se
sustancian en un trabajo que debería convocar e involucrar la participación
de diferentes áreas impulsadas a integrarse a nivel operacional y trabajar en
los niveles territoriales en Red, con el objeto de garantizar el derecho a la
salud de los niños, niñas y jóvenes con vulnerabilidad psicosocial.
Desarrollar acciones para aliviar el sufrimiento implica reconstruir el
entramado colectivo, ampliando y complejizando
el tejido social que apoya a los niños y niñas, en un proceso que pueda revertir y poner un tope a
la tendencia a psiquiatrización y a la exclusión. Esto supone la implementación
de estrategias de intervención subjetivantes e inclusivas en territorio sobre
la base del apoyo y respeto a la capacidad de innovación de los servicios ya
existentes, la construcción de proyectos singulares para cada niño escuchando y favoreciendo la participación de los mismos.
En este marco, el desafío es implementar
políticas de salud mental que enmarcadas en los nuevos paradigmas, es decir
orientadas más a los “cuidados integrales” de las infancias que a proveer lugares de cuidados que ofertando
atención especializada acaban cosificando e institucionalizando a los
niños, niñas y adolescentes.
Para evitar prácticas desubjetivantes, toda política de salud mental en la niñez
debería impulsar procesos de
desinstitucionalización, lo que supone
la reorganización de sistemas que no han podido adecuarse a las nuevas
problemáticas psicosociales que se presentan y en los que coexisten
contradictorias concepciones y representaciones, (saberes y prácticas) respecto a los cuidados de salud. La solución para garantizar el derecho a la salud
mental no consiste solo en la creación de nuevos dispositivos de cuidados alternativos a la institución psiquiátrica, sino
en la construcción de un sistema diferente.
Los
servicios de salud poseen un lugar privilegiado en tanto mediadores
para alojar el sufrimiento y comprender como se vinculan los niños,
niñas y adolescentes con sus contextos, respetando la expresión de sus deseos
personales y acompañando su trayectoria de vida. La alteridad
como hecho fundante en la constitución
del otro humano puede ser pensada también en términos del encuentro de los servicios con los niños
y niñas. Tratándose de chicos frecuentemente
excluidos de los sistemas educativos, estigmatizados y medicalizados, la mirada
y posicionamiento de los profesionales y/o servicios que los escuchan
desempeña un papel clave en los procesos de constitución subjetiva. Este encuentro se convierte en posibilitador de
transformaciones, y puede incidir en los procesos de estructuración psíquica en
momentos tempranos de la vida, generando movimientos tendientes a lograr una
disminución del sufrimiento, y un incremento de las potencialidades
propias de la infancia.
Por el contrario, cuando
las políticas sociales dejan de satisfacer ciertas demandas de
reconocimiento e integración simbólica, las desigualdades sociales se acentúan,
se fomenta la exclusión y se generalizan las tendencias de desintegración. Estas dos caras del proceso producen
incertidumbre y sentimiento de desamparo
(Lechner, 1997). Y frente a la
desaparición de las funciones mínimas del Estado que garantizarían las
condiciones básicas de subsistencia, el sentimiento de desamparo expresa la
reactualización de sentimientos de desvalimiento que hay en la niñez y que dan
lugar a lo más profundo de las angustias: se trata de una sensación de
des/auxilio, de des/ayuda, de sentir que el otro del cual dependen los cuidados
básicos no responde al llamado y deja al
sujeto sometido no solo al terror, sino también a la desolación profunda de no
ser oído y ayudado (Bleichmar, 2002).
Discusión
La escasez de una racionalidad
organizativa en términos sanitarios, la ausencia de planificación de políticas
específicas de niñez que garanticen los cuidados de atención de los niños, niñas y adolescentes,
la inexistente asignación de recursos, la fragmentación, las escasas ofertas
definidas por preocupaciones personales
o colectivas de profesionales sensibles al sufrimiento humano, fueron las
características principales del sistema de salud mental de la Ciudad de Buenos Aires en las
últimas décadas.
No hubo un progreso de las
políticas de reforma que favorecieran la
provisión de servicios territorializados e integrales destinados a la promoción, asistencia e inclusión social ni que estimularan el protagonismo de los
niños, niñas y familias en la construcción de un proyecto subjetivante.
Si las décadas anteriores se
caracterizaron por la omisión de
políticas en salud mental en la niñez, esta década se inicia con políticas que pueden profundizar un modelo que favorezca
su estigmatización, exclusión y encierro, colaborando así a profundizar una tendencia hacia la
medicalización de la infancia con mayor
nivel de vulnerabilidad en la Ciudad. De
allí la importancia de una gestión de gobierno que implemente políticas de
salud mental apropiadas, y del compromiso ético de los actores sociales
intervinientes.
Representa un desafío evitar el
sometimiento a discursos hegemónicos que naturalizan la internación psiquiátrica como único recurso
para niños, niñas y
adolescentes con sufrimiento psicosocial, y que cierran las
posibilidades de acciones creativas, de prácticas que promuevan itinerarios por
espacios comunitarios que invitan a la inclusión y a la socialización, y que garantizan el derecho a la salud como uno de los derechos
esenciales en la construcción de una ciudadanía plena.
Es
necesario favorecer entonces, la
reflexión crítica y producir articulaciones teóricas y prácticas rigurosas que permitan la construcción colectiva de dispositivos
subjetivantes evitando la precarización del pensamiento que se ajuste solo a proponer la oferta existente. Al
mismo tiempo que evitar
prácticas que colaboren con el
proceso de la anulación de la subjetividad de niños , niñas y jóvenes cuyo
padecimiento es producto
de traumatismos graves donde la fragilización
de lazos familiares, las violencias, el
maltrato, el abuso, entre otros
acontecimientos, impactan de manera significativa en sus procesos de constitución psíquica. La internación
prolongada en el hospital psiquiátrico de niños, niñas y adolescentes con alta
médica por no contar con un medio
familiar donde vivir y la ausencia de soluciones al respecto, perpetúa la
institucionalización, favoreciendo su desaparición de la escena social, ya que al no
tener interés
particular para el mercado son considerados superfluos, innecesarios, residuos
humanos (Bauman, 2007).
Generar prácticas que
recompongan lo colectivo y valoren el factor intersubjetivo en la construcción de
la subjetividad, es posible a partir de
un modelo de salud mental comunitaria que desde un enfoque “psicoanálitico
contextualizado” (Dueñas, 2013) permita por esta vía crear condiciones que
promuevan el deseo y el derecho a soñar un futuro posible.
Partiendo de este potente marco
teórico y en el contexto actual de la
Ciudad de Buenos Aires, resulta un compromiso ineludible para los actores
sociales comprometidos desde una perspectiva de derechos sensibilizar respecto
a los modos de sufrimiento contemporáneo en la niñez y adolescencia, y generar iniciativas que articulen las luchas contra la medicalización e
institucionalización psiquiátrica, ya que ambas constituyen trayectos de la
misma lucha contra
la
mercantilización de la vida.
[i] Este trabajo forma parte del Proyecto
de investigación subsidiado por
UBACyT (2011-2014). “Los procesos
de atención en salud mental en la niñez desde la perspectiva de derechos:
estudio de las jurisdicciones ciudad de Buenos Aires, provincia de Tierra del
Fuego, y provincia de Jujuy” con sede en la Facultad de Psicología.
[ii] A la vez se
facultaba a la Dirección de Salud Mental a celebrar nuevos convenios con
este tipo de instituciones.
[iv] Hospital Tobar García, Hospitales Generales, Pediátricos y
Especializados, Centros de Salud Mental N°1 y N°3, Centros de Salud y Acción Comunitaria (CESAC).
[vi] El PAC constituía
un dispositivo de cuidados integrales para niños, niñas, adolescentes con
sufrimiento psíquico y/o en situación de
vulnerabilidad social que
desde una perspectiva de Salud Mental Comunitaria articulaba la dimensión clínica
de las intervenciones en un marco institucional, tejiendo una red en el territorio que favoreciera el
proceso de subjetivación de cada uno de ellos. Formado por un equipo
interdisciplinario (psicólogos,
médicos pediatras y psiquiatras
infantojuveniles, psicoanalistas, psicopedagogos, trabajadores sociales,
abogados) brindaba atención territorializada,
intersectorial y psicoterapéutica singular
para cada niño, favoreciendo su
inclusión social.
[vii] No habían aumentado el número de recursos humanos,
no contaban con equipos interdisciplinarios ni condiciones edilicias apropiadas
y no habían recibido capacitación para el abordaje de problemáticas complejas. Los niños “ graves” eran derivados al Hospital
neuorpsiquiátrico Tobar García o al Hospital de Día La Cigarra del Centro de
Salud Mental N°1.
[viii] Estos niños y niñas eran nominados de modos diferentes según el marco
teórico, la ideología y las concepciones acerca de ellos: fallas en la
constitución subjetiva, patologías
tempranas, psicosis infantil, autismo, trastornos
generalizados del desarrollo, patologías
tempranas, niños en situación de crisis, trastornos graves del desarrollo,
niños con sufrimiento psicosocial, entre
otras.
[ix] Todos estos
dispositivos, intentaron superar modalidades tradicionales, en especial la
tendencia hospitalocéntrica en el sistema sanitario. Estuvieron escasamente financiados
desde el comienzo, y aunque se habían organizado en Red eran políticamente
débiles y resultaron muy vulnerables a
los cambios en las directivas políticas. A partir del año 2011 la Red y algunos programas
dejaron de funcionar.
Estos dispositivos
fueron el Programa Cuidar Cuidando en el Zoológico de la
Ciudad , el Hospital de Día La Cigarra , el Programa de integración
sociolaboral para adolescentes (Empresas Sociales), el Programa de
Rehabilitación Comunicacional, el Hospital de Día del Hospital Tobar García, el
equipo de Patologías Tempranas del Centro de Salud Mental N°3 , el Programa de
Atención Domiciliaria Programada en Salud Mental (ADOPI), el
Dispositivo de pacientes con trastornos severos del desarrollo (áreas 0- 5 y de
6-9) del Hospital de Niños “Ricardo
Gutiérrez”, el Programa
psico-educativo terapéutico zooterapia ocn perros, y el Programa de
Atención Comunitaria a niños, niñas y adolescentes con trastornos mentales
severos, junto con algunos profesionales de otros hospitales, y de los CESAC.
Bibliografía
Barcala, A (2010). Tesis de Doctorado. Estado, infancia y salud mental: impacto de
las legislaciones en las políticas y en las prácticas de los actores sociales
estatales en la década del 90. Facultad de Psicología, Universidad de Buenos
Aires.
Bauman, Z (2007) Vidas desperdiciadas la modernidad y sus
parias. Buenos Aires: Paidos.
Bleichmar, S. (2002). Dolor País. Buenos Aires: Libros del zorzal.
Goffman, E.
(1998). Internados. Buenos Aires:
Amorrortu. (Versión original 1961).
Dueñas, G ( 2012) Tesis de Doctorado en piscología. Universidad
de Salvador.
Lechner N.
(1997). "Tres formas de Coordinación social. Un esquema." Revista de la CEPAL N° 61, 81-87.
Moyses, M ( 2011) Medicalizacao de
criancas e adolescentes. Casapsi livaria e Editora Ltda. Sao Paulo,
Brasil.
Artículo publicado en la revista Actualidad Psicológica: "Psicopatologización de la infancia" Nº 416 - Marzo de 2013
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